Requerimos sanciones ejemplares. La tolerancia al robo, al descaro, a la sirvengüencería, nos está llevando al precipicio. Los pobres no son solo materiales son también espirituales, aquejados por los malos ejemplos de quienes tienen licencia para cazar en ese jujal donde viven, en amable complicidad, administradores y sindicalistas a quienes, por supuesto, nada les importa y menos aún afirmar que lo que hacen no tiene ninguna importancia: como sus vidas mismas.
El Paraguay requiere urgentemente de vergüenza, de rebeldía, de respuesta a estas cosas, que no cambiarán mientras lo que veamos sea parte de la cotidiana normalidad. O cambiamos lo público o lo padecemos en privado. Hasta ahora los cachafaces llevan la delantera. Depende de nosotros empatar el partido y derrotarlos.
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