Ya era un lector empedernido de Última Hora cuando aquel enero de 1998 pasé del viejo taxi a la redacción ubicada sobre Benjamín Constant. Eran aún los tiempos en que uno podía escribir en un periódico sin tener el título universitario. Empezaba a estudiar filosofía en esa época, y donde pusieron acento para contratarme fue en mi capacidad de expresarme por escrito. El aprendizaje del oficio vendría luego.
Y fueron siete años donde aprendí muchísimo, a través de grandes maestros del periodismo como Juan Andrés Cardozo, quien me abrió las puertas de Última Hora, o el querido Guillermo Ares, quien ocupa un lugar especial en mi afecto. Conocí muchísima gente y sus expresiones culturales a través de cientos de coberturas y entrevistas por las que me llevaron las secciones de Artes y Espectáculos y el suplemento Correo Semanal.
El cambio de milenio no fue el único experimentado en esos años. Cuando entré, Última Hora era un vespertino cuyo propietario era Demetrio Rojas. Era un diario sin edición dominical ("porque ningún diario sale los domingos"), con un suplemento cultural de 32 páginas, el e-mail solo existía en el departamento de informática e internet era como el unicornio, un ente del que todos hablaban pero que nadie había visto.
Cuando me retiré en el 2004 y pasé a la academia y a la investigación, Última Hora había pasado por un proceso de "innovación" en su diseño. Acababa de incorporarse al Grupo Vierci, se había transformado en matutino (luego de pasar por una crisis de identidad en que fue matutino y vespertino al mismo tiempo), ya tenía una enorme edición dominical y un suplemento cultural de solo 8 páginas, además de un sitio web que poco a poco va acabando con el papel y el olor a tinta.
Trabajé hasta julio de aquel año. El primer día de agosto fui a retirar las chorrocientas cosas que uno acumula en las redacciones como si fuera un castor que debe taponar el Niágara. Me llevó toda la jornada ir llenando mi auto y tres viajes hasta casa para poder dejar los muebles vacíos. Cuando empezaba a juntar los papeles de fax y otras chucherías, la compañera Susana Oviedo encendió uno de los televisores de la redacción diciendo que un supermercado de Trinidad se estaba incendiando. Fue un día horrible. La tragedia nos aplastó a todos; aquel negro domingo, cuando ya anochecía, me despedí en silencio del diario más cabizbajo de lo que esperaba.
Pero en realidad nunca me fui. Aparezco siempre a compartir con mis amigos que hice en todos esos años. Al final son ellos los que hacen que cada tanto invente una excusa para visitar la redacción.
No cabrían acá todos los nombres de amigos que hice en los años que pasé en Última Hora, colegas del oficio en varios otros medios, artistas de todas las disciplinas, etc.
Solo puedo decir que esos mágicos años fueron un punto de inflexión y lo que aprendí hasta ahora me sirve en otros campos de mi vida. Por eso, en estas cuatro décadas de Última Hora me siento orgulloso de haber pertenecido alguna vez a su historia y de seguir apareciendo cada tanto en sus páginas. Felicidades a todos y todas.
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